KANT, SCHILLER Y LA EXPERIENCIA DE LA BELLEZA
Según Kant, la dimensión de la belleza, la singularidad de la experiencia estética, adquiere un lugar fundamental en la Crítica del juicio. Schiller, en sus Cartas sobre la educación estética del género humano, continuó una aguda indagación del significado de lo bello, de la libertad de la creación artística pensada como el instinto del juego.
La verdad reposa en la interioridad. En el yo, la conciencia, el alma, la mente, lo psíquico no espacial. En el sujeto. El sujeto que vuelve sobre sí mediante un método, e intuye su propia presencia. Y las formas intelectuales de su arquitectura conceptual.
Con Descartes, el sujeto se abre al discurso de una verdad fundamentada mediante el pensamiento que, luego de descubrirse a sí mismo, actúa como sustancia que ordena y explica el mundo natural y el universo abrazado por la mirada de la ciencia moderna. Con Descartes, comienza un realismo trascendental. Una fundamentación de la existencia y la realidad del mundo exterior. Del mundo que trasciende al sujeto y que halla todavía en Dios al garante de que la idea de que existen cosas, cuerpos y colores en el espacio, es efectivamente verdadera.
Y luego es Kant.
El sujeto ahora crea. Crea lo conocido, lo representado, el objeto, el horizonte de toda experiencia posible, la arquitectura universal y objetiva de la naturaleza.
El humano, el sujeto-tierra, antes giraba en torno al sol-centro, al sol-objeto, una realidad o ser que ya era. Ahora, el círculo de los objetos evoluciona en derredor del sujeto-sol, el sujeto a priori que despliega la realidad cognoscible. Pero el sujeto del idealismo kantiano no padece aún la ambición del conocimiento total del Espíritu Absoluto hegeliano. Kant pulsa la finitud y la limitación del conocimiento. Ell sujeto kantiano sólo puede conocer desde condiciones de posibilidad a priori. La razón que se autocomprende y se autocrítica demuestra que el sujeto de conocimiento no puede romper la coraza de su propia limitación. El sujeto sólo convive con aquello que surge desde sí mismo, desde un horizonte a priori y trascendental.
El sujeto kantiano (el sujeto de la apercepción trascendental) procreará la posibilidad de proposiciones con valor cognoscitivo respecto a los objetos que se muestran como fenómenos. Pero el sujeto sólo conoce lo que él mismo constituye o crea. Por lo que lo nouménico o incognoscible surgirá como región sin significado o entidad propia; es aquello que puede pensarse o postularse (Dios, la inmortalidad del alma, el mundo como totalidad); pero que nunca será parte del conocimiento posible y legítimo.
El conocer de la naturaleza bajo las leyes de la causalidad, quedan separados.
Inicio de la escisión trágica del sujeto dual, continuidad kantiana de las figuras anteriores de una subjetividad fragmentada en Occidente (2).
3. El entendimiento con sus categorías (la causalidad entre ellas) constituye el horizonte universal de la naturaleza, un orden a priori, e invariable en cuanto a su estructura trascendental. El territorio de las particularidades no es estático. Crece y se expande mediante la indagación científica. Las ciencias particulares exploran la realidad, descubren nuevas propiedades y relaciones de los seres y los objetos, integran sus nuevas conquistas particulares en el marco general, universal, de la naturaleza. El científico busca subsumir leyes empíricas y particulares dentro de otras más generales. Las leyes no se agregan simplemente. Se interrelacionan e integran dentro del sistema de la naturaleza
El juicio estético, el juicio vinculado a la valoración de la belleza y su generación de placer, será también apriorístico y subjetivo. Kant así, en su Crítica del juicio, pensará la estética más allá de las apreciaciones personales respecto a lo que es bello.
Baumgarten elabora la estética racionalista. Los juicios estéticos son universales en tanto perciben, aunque fuera confusamente, la perfección del objeto. Los empiristas aseguran la imposibilidad de todo juicio estético universal, dado que la apreciación de lo bello es sólo una impresión subjetiva. Lo bello para Kant no es ni un estado propio del objeto percibido ni una percepción agotaba en la mera subjetividad de los individuos.
La estética kantiana se suspende sobre una primera afirmación o principio: "Lo bello es el objeto de un placer desinteresado" (4). La experiencia estética no surge del deseo, de la expectativa de un embargarse en una sensación de agrado. En la dimensión estética, el sujeto se emancipa de una acción orientada hacia un logro particular. La belleza no expresa al objeto en sí mismo, no revela así un concepto universal y necesario que determine lo bello de una cosa. El objeto bello no posee explicación, es indefinible, inútil y gratuito.
Pero la ausencia del concepto no significa ausencia de forma. El juicio estético expone una forma universal y a priori de la experiencia. "La belleza es la forma de la finalidad de un objeto en cuanto ésta es percibida sin la representación de un fin" (5). El juicio estético es una "finalidad sin fin". Lo bello no desciende desde un mero concepto; sólo nace cuando el objeto afecta a un sujeto. La belleza no brota del objeto mismo sino del modo como un sujeto lo percibe; y esta recepción sí adquiere la condición de una forma apriorística y universal.
La experiencia estética, en lo que posee de universal, remite al entendimiento
La estética señala, por vía indirecta o simbólica, la ley moral que se da a sí misma sin someterse a ninguna legalidad previa. La belleza así es "símbolo de la moral" (7).
En el arte impera una obra o producir (agere); por su parte, lo bello de la naturaleza deriva de un mero hacer (facere). El arte es la obra (opus) que surge por medio de la libre voluntad creadora, del talento natural del genio que le confiere una regla al arte
Lo natural fulgura con el aura de lo bello cuando parece derivado de una activa libertad creadora. Sin embargo, la belleza natural sin la mediación del sujeto y del arte, en su simple inmediatez, no podría igualar el poder de la belleza artística nacida del genio creador.
La preocupación kantiana por la diferencia entre lo bello y lo sublime comenzó ya en el estadio juvenil y precrítico de su pensamiento (9). Lo bello siempre resplandece a través de las formas de lo visible y limitado. Lo bello es aprehensión de un objeto limitado, mesurado. Lo sublime, en cambio, es el reino de lo desmesurado, lo inacabable, lo ilimitado. Lo sublime matemático es la experiencia de la grandeza desmesurada. Es la bóveda estrellada del cielo. Lo sublime dinámico es la potencia desmesurada
En la interpretación de Marcuse, Schiller continúa el poder reconciliador de opuestos que aflora en la estética kantiana.
Para Schiller, como para otros románticos, arquetipo de la humanidad no fragmentada es la antigüedad griega. Semejante a la naturaleza que todo lo une, la cultura helénica integraba todas las facultades humanas en un fluido y equilibrado ritmo.
Lejos de la armoniosa idealidad griega, el hombre moderno se desangra entre las múltiples heridas de la fragmentación. Su racionalidad actúa como entendimiento, como facultad que, para comprender y conocer, analiza; y el analizar es un dividir en partes el objeto. Y toda división, fragmenta, empobrece, debilita
Según Schiller, la experiencia estética de la belleza exhuma un instinto hasta ahora desconocido, no cultivado, que surge de la superación de los dos instintos iniciales que dividen al hombre.
La belleza no puede refulgir en las meras sensaciones, en un mero vértigo sensorial. Necesita de una forma, de un principio ordenador afín al pensamiento. A su vez, la forma no podría ser belleza sin su cristalización en un contenido material.
Y la belleza es propiamente la apariencia.
Es expresión innecesaria, inútil, superflua, que envuelve una cosa en el manto de una bella apariencia.
La apariencia estética es el más vivo resplandor de la libertad artística. Es un espontáneo jugar. Que crea la obra, la cosa bella.
El hombre que juega en la libre creación artística de la belleza construye la utópica anticipación de la postergada sociedad libre. Sólo mediante la libertad estética se arribará a la libertad política.
5. En la estética kantiana el hombre se reintegra en una unidad placentera. Y el objeto se libera, no en su pura existencia fáctica, sino en su ser percibido por el sujeto.
El sujeto nunca ve lo que es, sino lo que su mirada le permite abrazar y conocer. La modernidad kantiana se contenta con la libertad estética del sujeto, o de un objeto que sólo es en tanto es percibido como libre forma desinteresada por ese sujeto.
Lo estético en Kant habla del sujeto y no de una posible realidad anterior o independiente a la subjetividad. En su Introducción a la estética, Hegel asegura que la estética kantiana "es, a fin de cuentas, sólo subjetiva.
Lo bello, en su más alta cumbre, expresa la plenitud realizada de un hombre ideal, no el brillo más incandescente o autosuficiente de la geografía material de la naturaleza.
La realidad es únicamente desde el sujeto. Antes de su actividad constituyente, la naturaleza sólo podría ser una dispersión caótica de sensaciones, o una región de particularidades. La forma universal de lo natural sólo es al ser pensada por el sujeto. La belleza verdadera es la introducida en el espacio y el tiempo por la creación artística.